Dicen que, en la historia de la
humanidad, refiriéndonos específicamente a lo concerniente a la ciencia, 3 han
sido las figuras que de una manera un tanto polémica, acapararon toda la
atención y los reflectores al momento de presentar sus descubrimientos, los
cuales nunca quedaron exentos de agravios por parte de los difusores
autorizados de la única e inamovible concepción científica en ese instante. Brevemente
podré comentar que la primer figura fue Nicolás Copérnico, que en contra de las
ideas eclesiásticas que colocaban a la tierra como el centro de todo el
universo, sus estudios determinaban que ésta, no era más que otro punto como otros
que giraban alrededor del sol, y que éste, a su vez, también lo era como muchos
otros, conformando la bóveda celeste. El segundo inquisidor fue un tal Carlos
Darwin, quien alcanzo la trascendencia por su más conocida obra “el origen de
las especies”, donde planteaba un diferente proceso de constitución biológica
de la flora y la fauna que obviamente contradecía la participación de un poder
divino en su creación. El tercero en aparecer a escena es el Dr. Sigmund Freud,
médico neurólogo a quien en ésta ocasión, dedico un poco más de espacio de
escritura, solamente para dejar de entrever que, sin importar la cantidad de
años de diferencia o a la disimilitud de
sus actividades, las 3 personas antes mencionadas, demuestran que no es sólo
éxito lo que ellos se acarrearon.
“Sobre psicoterapia” es una de
tantas conferencias dictadas por el creador del psicoanálisis en el año de
1904. La conferencia trata diversos temas, pero resalta sobretodo, el intento
por parte de Freud, de proporcionar argumentos que lleven al psicoanálisis a
ser considerado con igual jerarquía que las demás ciencias, pero con un
especial interés, en llamar la atención de los médicos de Viena, a quienes
siempre “coqueteo” a pesar de ser su público más difícil. Por aquella época en
que comenzaba su difusión, no existía la gran dificultad en escoger las
palabras adecuadas para aterrizar los términos (al menos en sus conferencias)
ya que entre los asistentes había desde personas curiosas sin ninguna relación
a la medicina, hasta psiquiatras, todos incluídos en la misma categoría de
“profanos” en el tema.
Un don especial del Dr. Freud era
despertar los sentimientos extremos en
las personas. Quienes lo leían y escuchaban, por un lado, lo amaban a tal grado
de hacerse fervientes seguidores, o por
el otro, provocaba que las personas se unieran a las filas de los “positivistas”
quienes lo atacaban sin piedad, lo cual
podría describirse como una ambivalencia que aún está presente en la
actualidad. Freud en muchas ocasiones trató de prestar oído para quienes le
hacían alguna pregunta, ya sea ésta con el mero afán de saber realmente acerca
de la teoría psicoanalítica, o solo para madrearlo con el afán de contradecirlo,
lo cual eran bien aprovechado por él como material para sus escritos. Basta leer
por ejemplo su psicopatología de la vida cotidiana, para percibir un Freud que,
en lugar de sacarle la vuelta al embrollo que determinada situación le
presentaba, le ponía “el pecho a las balas” y nos daba una resolución que ni el
lector, ni la persona que lanzo el cuestionamiento se esperaban.
Remar contracorriente no es nada
fácil, sobre todo siendo el único representante del psicoanálisis durante
muchos años. Sin embargo, fue su aislamiento, digámoslo paradójicamente, su
mejor aliado. Poco a poco comenzó a correrse el rumor por toda Europa del nuevo
método para encarar las enfermedades mentales y así se fue conformando una red
cada vez más amplia de gente que quería aprender del maestro. Ellos, los que no
se escandalizaban con su teoría del desarrollo psicosexual, ellos que vieron en
su particular manera de interpretar los sueños una fuente inagotable de
conocimientos que habían sido descartados anteriormente por ser nimios o que no
producirían nada fructífero, ellos que sin importar el sin fin de ataques
recibidos de diferentes flancos, llámense filósofos o médicos, cuyo principal
argumento era decir: “carece de rigor científico”, así es, ellos, sus alumnos,
no se quedaron ahí, petrificados por el impacto, ni tampoco petrificados en la
imagen de un semi-dios perfecto al que debían de proteger a toda costa de esos
ataques, sino al contrario, no se quedaron solo con el testimonio escrito de
los pacientes que Freud atendía, con sus historiales clínicos, no les bastaba,
no les parecía suficiente, querían cuestionar los cómo y los porqués, como aún
también lo seguimos haciendo.
Ellos que nos compartieron y
heredaron ese espíritu inquisidor, al modo de esos 3 principales personajes,
no enseñaron también que en las
complicaciones, en las trabas, en los ataques, no se encuentra solo la
desmotivación, el desaliento, sino mas bien la materia prima para seguir
descubriendo, cuestionando y preguntando, ya que como bien dijo el mismo Freud,
nadie puede ser muerto en absentia o in effigie.
contacto
juan.hernandezmnz@uanl.edu.mx
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